Cábala - Paralelismos


Lo normativo de toda simbología (aún descendida a su grado menos vital, que es el alegórico) es su carácter sugerente, imposible de ser alcanzado o contenido por el discurso verbal. El Tarot no escapa a esta regla, y buena parte de las críticas que han recibido sus comentaristas se basan (hay que reconocer que con justicia) en su incapacidad para sustraerse a la fascinación de este juego interminable. Así, Wirth se esfuerza en relacionar la simbólica zodiacal con el Tarot, aún cuando el número de planetas, el de los doce signos o su suma, no casan sino difícilmente con las veintidós láminas de Marsella. Esto le lleva a componer cuadros más o menos malabares, en los que tan pronto es un planeta, un signo o hasta una constelación, los que darían una concordancia aproximada con el Arcano de turno. Otro tanto puede decirse de las correlaciones alquímicas, en las que es necesario un alto grado de buena voluntad para seguir sus razonamientos.
Es indudable, sin embargo, que pueden extraerse de esas reflexiones (como ocurre también con textos de Lévi, Marteau y Ouspensky) numerosos paralelismos y coincidencias. Ellas no permiten coronar el gran sueño esotérico del sistema único del que la diversidad consiste en el número de sus manifestaciones, pero dejan afirmar que hay allí una considerable intuición de la armonía, un sentimiento del orden que no niega la movilidad del caos, dotado de una suntuosidad analógica bastamente fértil para los
aventureros de lo imaginario.
Si se han traído aquí sólo dos ejemplos de esos posibles encadenamientos, es porque ellos -las vías iniciáticas, la Cábala- ejemplifican las más evidentes relaciones; también porque, en la imposibilidad de agotar esta teoría de los espejos, el número 2 puede ser todos los números, el primer esfuerzo por superar la unidad definidora y, en sí mismo, una metáfora de la eternidad

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