Para evolucionar como seres humanos


Debemos enfrentar nuestra forma particular de controlar a los demás. Liberarse de ese hábito no resulta fácil, pues al principio siempre es inconsciente. La clave para abandonarlo reside en traerlo totalmente a la conciencia; eso lo logramos comprendiendo que nuestro estilo particular de controlar a los demás es el que aprendimos en la infancia para atraer la atención, para lograr que la energía se moviera a nuestro modo, y nos quedamos atados a eso.
Este estilo es algo que repetimos una y otra vez, es nuestra «dramatización inconsciente del control»; es una escena familiar como una escena de una película, para la cual, de jóvenes, escribimos un guión. Luego, la repetimos una y otra vez en nuestra vida cotidiana sin darnos cuenta. Lo único que sabemos es que nos suceden reiteradamente las mismas cosas.
El problema es que si repetimos una escena en especial una y otra vez, las otras escenas de la película de nuestra vida real, la suprema aventura marcada por las coincidencias, no puede avanzar. Detenemos la película cuando repetimos esa dramatización única para manipular en busca de energía.

La persona distante no permite que se produzcan coincidencias de importancia en su vida. Su forma de controlar situaciones y personas para hacer que la energía vaya para su lado consiste en crear este drama en su mente durante el cual se retira y se muestra misterioso y reservado; él dice que es cauto, pero lo que en realidad hace es esperar que alguien se incorpore al drama y trate de imaginar qué le pasa. Cuando eso ocurre, se muestra vago y fuerza al otro a esforzarse, hurgar y tratar de discernir sus verdaderos sentimientos. Al hacerlo, le presta su total atención y le envía su energía. Cuanto más tiempo lo mantenga interesado e intrigado, más energía recibe. Por desgracia, mientras juega a ser distante, su vida tiende a evolucionar muy lentamente, porque repite la misma escena una y otra vez. Si se hubiera abierto, la película de su vida habría despegado en una dirección nueva y significativa.

El primer paso en el proceso de poner las cosas en claro consiste para todos en traer a la conciencia nuestro drama particular de control. No podremos avanzar hasta no habernos mirado bien y descubierto qué hacemos para manipular y así conseguir energía. Cada uno debe remontarse a su pasado, a la vida familiar inicial, y ver cómo se formó ese hábito. Ver su aparición mantiene nuestra forma de controlar en el nivel consciente. La mayoría de los miembros de nuestra familia representaban a su vez un drama para tratar de absorber energía de nosotros cuando éramos chicos. Es por eso que tuvimos que formar un drama de control. Nos hacía falta una estrategia para recuperar la energía. Siempre desarrollamos nuestros dramas particulares en relación con los miembros de nuestra familia. No obstante, una vez que reconocemos la dinámica de la energía en nuestra familia, podemos ir más allá de estas estrategias de control y ver qué ocurre en realidad.

Cada persona debe reinterpretar su experiencia de familia desde un punto de vista evolucionista, desde un punto de vista espiritual, y descubrir quién es en verdad. Una vez que lo hacemos, nuestro drama se desvanece y nuestra vida real despega una vez que entendemos cómo se formó su dramatización.

El interrogador es otra clase de drama; las personas que usan esta forma de obtener energía montan el drama de hacer preguntas y sondear el mundo del otro con el propósito específico de encontrar algo equivocado. Apenas lo hacen, critican ese aspecto de la vida del otro. Si esta estrategia tiene éxito, la persona criticada es incorporada al drama. De repente empieza a sentirse tímida respecto del interrogador y presta atención a lo que éste hace y piensa, para no cometer algún error susceptible de ser notado por el interrogador. Esta deferencia psíquica le da al interrogador la energía que quiere. Cuando queda atrapado en ese drama, el interrogador lo saca de su camino y lo despoja de su energía porque usted se juzga a sí mismo por lo que él pueda pensar.

Cada persona manipula para conseguir energía en forma agresiva, forzando directamente a la gente a que le preste atención, o pasiva, jugando con la simpatía o la curiosidad de la gente para atraer la atención. Si alguien lo amenaza, verbal o físicamente, usted se ve forzado, por temor a que le pase algo malo, a prestarle atención y así darle energía. La persona que lo amenaza lo arrastraría al tipo de drama más agresivo: el intimidador.

Si alguien le dice todas las cosas horribles que le están sucediendo, dando a entender, quizá, que usted es el responsable y que si usted se niega a ayudarlo esas cosas continuarán, esa persona trata de controlar en el nivel más pasivo, el drama del «pobre de mí». ¿Nunca estuvo al lado de alguien que lo hace sentir culpable cuando se halla en su presencia, aunque usted sepa que no hay ninguna razón para eso? Es porque entró en el mundo dramático del «pobre de mí». Todo lo que dice y hace lo coloca a usted en una posición en la que tiene que defenderse de la idea de que no está haciendo lo suficiente por esa persona. Por eso uno se siente culpable por el solo hecho de estar con ella.

El orden de los dramas es: intimidador, interrogador, distante y «pobre de mí». Puede analizarse el drama de cada uno de nosotros según donde se ubique en este espectro que va de agresivo a pasivo. Si una persona es sutil en su agresión, si encuentra fallas y lentamente socava su mundo para obtener su energía esa persona sería una interrogadora. Algunas personas usan más de un drama en distintas circunstancias, pero la mayoría tenemos un drama de control dominante que tendemos a repetir, según cuál funcionó bien con los miembros de nuestra familia primaria.

Si de pequeño lo hubieran intimidado, habría quedado clavado en un drama de «pobre de mí». Si usted es un niño y alguien le quita su energía amenazándolo con un daño físico, ser distante no da resultado. No puede lograr que le den energía haciéndose el tímido. A los demás no les importa qué pasa en su interior. Son muy fuertes. Entonces, usted se ve obligado a volverse más pasivo e intentar el enfoque del «pobre de mí», apelando a la misericordia del otro, haciéndolo sentir culpable por el daño que está haciendo. Si eso no funciona, de chicos, aguantamos hasta ser lo bastante grandes para explotar contra la violencia y combatir la agresión con agresión. Una persona llega a cualquier extremo necesario para atraer la energía de la atención en su familia. Y, posteriormente, esa estrategia pasa a ser su forma dominante de controlar para obtener energía de todos, el drama que repite en forma constante.

¿Qué haría si fuera un niño y los miembros de su familia no estuvieran o lo ignoraran porque viven preocupados por sus carreras o algo así? Ser distante no atraería su atención; no lo notarían. ¿No recurriría a sondear, espiar y por último encontrar algo malo en esas personas distantes, para conseguir atención y energía? Eso es lo que hace un interrogador. ¡Las personas distantes crean interrogadores! ¡Y los interrogadores hacen que la gente sea distante! ¡Y los intimidadores crean la actitud «pobre de mí», o, si eso no resulta, otro intimidador!.

Es así como se perpetúan los dramas de control. Hay una tendencia a ver estos dramas en los demás y pensar que nosotros estamos exentos de esos mecanismos. Cada uno de nosotros debe trascender esta ilusión para poder seguir adelante. Casi todos tendemos a quedarnos aferrados a un drama, al menos por un tiempo, y debemos retroceder y observarnos hasta descubrir cuál es. Una vez que uno comprende su drama, quedamos realmente libres para ser más que esa actuación inconsciente que representamos. Podemos encontrar un sentido más elevado para nuestra vida, una razón espiritual para haber nacido en nuestras familias particulares. Podemos empezar a poner en claro quiénes somos en verdad.

Hay una sola manera de encontrar nuestro verdadero yo. Todos debemos remontarnos a nuestra experiencia familiar, al tiempo y lugar de la infancia, y revisar lo que pasó. Una vez que tomamos conciencia de nuestro drama de control, podemos concentrarnos en una verdad superior en cuanto a nuestra familia, el hilo de plata, que yace más allá del conflicto energético. Una vez que la descubrimos, esta verdad puede energizar nuestra vida, ya que nos dice quiénes somos, el camino que vamos recorriendo y qué estamos haciendo. Ahora debe mirar más allá de la competencia por la energía que existía en su familia y buscar la verdadera razón por la que usted estaba allí. El proceso de descubrir nuestra verdadera identidad espiritual implica contemplar toda nuestra vida como una larga historia, tratando de encontrar un significado más elevado. Empiece preguntándose porqué nació en esa familia en particular y cuál puede haber sido el propósito.

Usted está buscando el sentido que tiene su vida para usted, la razón por la que nació de sus padres, y qué debía aprender allí. Cada ser humano, sea consciente o no, ilustra con su vida cómo supone que debe vivir una persona. Usted debe tratar de descubrir qué le enseñó y al mismo tiempo qué cosa respecto de la vida de sus padres podría haber sido mejor. No somos simplemente la creación física de nuestros padres; también somos la creación espiritual. Usted nació de esas dos personas, y sus vidas ejercieron un efecto irrevocable en quién es usted. Para descubrir su verdadero yo, debe admitir que su realidad empezó en una posición entre las verdades de ellos. Por eso usted nació ahí: para adquirir una perspectiva superior respecto de lo que representaban. Su camino consiste en descubrir una verdad que sea una síntesis superior de lo que esas dos personas creían.

Puede volver a su viejo drama o despertarse mañana y adherir a esta nueva idea de quién es usted. Si es así, entonces puede iniciar la siguiente etapa del proceso, que consiste en mirar atentamente todas las cosas que le pasaron desde que nació. Si ve su vida como una historia, desde su nacimiento hasta ahora, descubrirá cómo ha estado trabajando todo el tiempo en esa cuestión. Todos debemos pasar todo el tiempo que sea necesario atravesando este proceso de aclarar el pasado. La mayoría de nosotros tenemos un drama de control que debemos trascender, pero en cuanto lo hacemos podemos comprender el sentido más elevado de por qué nacimos de nuestros padres y para qué nos preparaban todos los virajes y las vueltas de nuestra vida. Todos tenemos un propósito espiritual, una misión, que hemos perseguido sin ser del todo conscientes de ello, y una vez que lo traemos totalmente a la conciencia, nuestras vidas pueden despegar.

Para poder entrar plenamente en ese estado de la mente de la experiencia de nosotros mismos avanzando por la vida guiados por misteriosas coincidencias, tenemos que despertar a quiénes somos realmente. Cada vez que nos llenamos de energía y ocurre una coincidencia que nos lleva adelante en la vida, establecemos ese nivel de energía en nosotros mismos, y así podemos existir en una vibración superior. Nuestros hijos toman nuestro nivel de vibración y lo elevan más todavía. De esta forma continuamos la evolución como seres humanos.

James Redfield

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