Fábulas

La cólera de un particular
El Rey de T'sin mandó decir al Príncipe de Ngan-ling:
-A cambio de tu tierra quiero darte otra diez veces más grande. Te ruego que accedas a mi demanda.
El Príncipe contestó:
-El Rey me hace un gran honor y una oferta ventajosa. Pero he recibido mi tierra de mis antepasados príncipes y desearía conservarla hasta el fin. No puedo consentir en ese cambio.
El Rey se enojó mucho, y el Príncipe le mandó a T'ang Tsu de embajador. El Rey le dijo:
-El Príncipe no ha querido cambiar su tierra por otra diez veces más grande. Si tu amo conserva su pequeño feudo, cuando yo he destruido a grandes países, es porque hasta ahora lo he considerado un hombre venerable y no me he ocupado de él. Pero si ahora rechaza su propia conveniencia, realmente se burla de mí.
T'ang Tsu respondió:
-No es eso. El Príncipe quiere conservar la heredad de sus abuelos. Así le ofrecieras un territorio veinte veces, y no diez veces más grande, igualmente se negaría.
El Rey se enfureció y dijo a T'ang Tsu:
-¿Sabes lo que es la cólera de un rey?
-No -dijo T'ang Tsu.
-Son millones de cadáveres y la sangre que corre como un río en mil leguas a la redonda -dijo el Rey.
T'ang Tsu preguntó entonces:
-¿Sabe Vuestra Majestad lo que es la cólera de un simple particular?
Dijo el Rey:
-¿La cólera de un particular? Es perder las insignias de su dignidad y marchar descalzo golpeando el suelo con la cabeza.
-No -dijo T'ang Tsu- esa es la cólera de un hombre mediocre, no la de un hombre de valor. Cuando un hombre de valor se ve obligado a encolerizarse, como cadáveres aquí no hay más que dos, la sangre corre apenas a cinco pasos. Y, sin embargo, China entera se viste de luto. Hoy es ese día.
Y se levantó, desenvainando la espada.
El Rey se demudó, saludó humildemente y dijo:
-Maestro, vuelve a sentarte. ¿Para qué llegar a esto? He comprendido.

El monje furioso
Dos monjes zen iban cruzando un río. Se encontraron con una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo. Así que un monje la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra orilla. El otro monje estaba furioso. No dijo nada pero hervía por dentro. Eso estaba prohibido. Un monje budista no debía tocar una mujer y este monje no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.
Recorrieron varias leguas. Cuando llegaron al monasterio, mientras entraban, el monje que estaba enojado se volvió hacia el otro y le dijo:
-Tendré que decírselo al maestro. Tendré que informar acerca de esto. Está prohibido.
-¿De que estás hablando? ¿Qué está prohibido? -le dijo el otro.
-¿Te has olvidado? Llevaste a esta hermosa mujer sobre tus hombros -dijo el que estaba enojado.
El otro monje se rió y luego dijo:
-Sí, yo la llevé. Pero la dejé en el río, muchas leguas atrás. Tú todavía la estás cargando...
Disturbio Social
Tamerlán, el soberano del mundo, estaba molesto por los disturbios en un rincón lejano de su imperio. Le llegó la noticia de que en una de las ciudades de esa comarca, los campesinos se habían rebelado y habían asesinado al propietario opresor.
Tamerlán llamó a sus generales para que sofocaran inmediatamente la violencia.
- Llevad toda la infantería que necesitéis. Coged escaleras con las que trepar las murallas de la ciudad; y cañones para reducir el lugar a polvo; y elefantes y camellos para sobrecoger a todo hombre, mujer y niño.
- Has olvidado la única arma que podría calmar los disturbios mejor que el elemento más poderoso de tus fuerzas, musitó Nasrudín al oído del rey.
- ¿Cuál es? - preguntó Tamerlán expectante.
- Un hombre sensible que escuche las quejas de los nativos y ocupe su puesto como señor.

¿Cuánto viviré?
Una noche, Tamerlán soñó que estaba en su lecho de muerte y era destinado a las llamas ardientes del infierno. Muy preocupado por la pesadilla, llamó a sus astrólogos.
- ¿Cuánto tiempo viviré? - les preguntó a todos, uno tras otro.
El primero dijo al emir que viviría veinte años. El segundo que viviría cincuenta años. El tercero que viviría cien años. Y el cuarto dijo al emir que no moriría nunca.
- ¡Verdugo! - rugió Tamerlán -, decapita a estos hombres. Tres de ellos me han dado demasiado poco tiempo, y el cuarto trata de salvar su cuello.
Luego, volviéndose a Nasrudín, le dijo:
- Tú me has leído a veces el futuro ¿qué tienes que decir?
Tranquilamente el mulá contestó:
- Gran emperador, da la casualidad de que también yo tuve un sueño la noche pasada en el que un ángel me comunicó el día exacto de vuestro fallecimiento.
- ¿Y qué dijo? - preguntó Tamerlán con inquietud.
- El ángel me dijo que moriríais el mismo día que yo - replicó Nasrudín.

Nunca nacido
Mientras estaba en la India, Nasrudín visitó un cementerio enorme. Deteniéndose delante de una elaborada tumba, leyó.
- "Aquí yace el mayor gobernante que este país conoció nunca. Condujo a sus ejércitos a la batalla contra las fuerzas enemigas. Construyó escuelas y alojamientos para los pobres. Su valor y caridad le convirtieron en leyenda ya durante su vida. Este noble gobernador murió a los cinco años de edad". ¿Cómo pudo un gobernador lograr tanto en tan poco tiempo? - preguntó Nasrudín al encargado de la tumba.
- El sultán llegó al trono a los veinte años de edad y gobernó durante sesenta años. En su lecho de muerte, a lo ochenta años, declaró: "He pasado siete años estudiando, ocho en la guerra y sesenta preocupado por los asuntos de Estado. En total he vivido cinco años en mivida. Ésta es la edad que quiero que se recuerde en mi lápida mortuoria.
- Si es así como aquí se considera la edad - dijo Nasrudín -, por favor, mira que en mi epitafio aparezcan estas palabras: "Aquí yace Nasrudín, ¡un hombre que nunca nació!".
Soldados y Armas
Las fuerzas del emperador estaban preparando la batalla.
- Nasrudín, observa las armas de mis hombres. Mira su reluciente armadura, sus poderosos cañones y brillantes espadas.
- Desgraciadamente - dijo Nasrudín -, no llevan el arma más importante de todas.
- ¿Cuál es?
- Valor en sus corazones.

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