La presencia ignorada de Dios, de Víctor Frankl

A lo largo de muchas décadas, los estudios del hombre insistieron en que el ser humano era dualidad: mente (psique) y cuerpo (soma). Incluso Freud, -padre del psicoanálisis y padre de todas las corrientes psicológicas modernas- lo afirmaba en muchos de sus textos. Sin embargo, desde mediados del siglo XIX, los existencialistas Jas-per, Nietzche, Sartre, entre otros, comenzaron a darse cuenta de que somos algo más que mente y cuerpo. No solamente somos lo que vivimos, lo que experimentamos, sino que nos vamos “haciendo”. Existimos y luego nos hacemos. El psicoanálisis decía que hijos de padres golpeadores eran futuros padres golpeadores; sin embargo, la psicoterapia humanista dice que somos dueños y hacedores de nuestro futuro, de la clase de personas que queremos ser y que no queremos ser. Somos lo que somos gracias a nuestra historia, a nuestras vivencias, a nuestras experiencias; sin embargo, nuestra libertad y voluntad pueden determinar el tipo de persona que quiero ser. Como bien decía Sartre: somos esclavos hasta de nuestra libertad.
EL SER HUMANO SE DETERMINA A SÍ MISMO
El psicoanálisis cree en el concepto del determinismo o pandeterminismo del ser humano. Por pandeterminismo se entiende “que el hombre desdeña su capacidad para asumir una postura ante la situaciones, cualesquiera que éstas sean”. (Frankl, Víctor E.(2001). El hombre en busca de Sentido. Ed. Herder 21ª Edición Madrid, España).Sin embargo, el Humanismo cree que el hombre no está totalmente condicionado y determinado; él es quien determina si ha de entregarse a las situaciones o ha de hacer frente a ellas. El hombre no se limita a vivir, sino que siempre decide cuál será su existencia. En otras palabras, el hom-bre en última instancia se determina a sí mismo. (Frankl, Víctor E. El hombre en busca de Sentido. Ed. Herder 21ª Edición Madrid, España, 2001).
El humanismo nos condiciona, biológica, psicológica y socialmente. Nos condiciona, mas no determina nuestra cuna biológica, nuestra cuna psicológica; por ejemplo, en los atletas paraolímpicos. Su capacidad especial no determina su vida presente y futura, sino ellos con su voluntad y libertad y esa capacidad especial, la convierten en un camino alternativo, un camino como cualquier ser humano, un camino abierto.
Decía Victor Frankl que cada uno lleva su propio campo de concentración interior, y que tenemos la libertad individual para salir de dicho campo o permanecer para siempre en él. Nosotros somos libres de salir o permanecer dentro de ese campo de concentración; es decir, elegimos ser discapacitados toda nuestra vida o potenciar esa capacidad especial para que trascienda en algo con sentido.
NUESTRAS ACCIONES DETERMINAN LO QUE SOMOS
Uno de los rasgos principales de la existencia humana es la capacidad para elevarse por encima de sus condiciones individuales. Elisabeth Lukas -condiscípula predilecta de Frankl- dice que la vida es un boomerang, porque nosotros somos lo que hacemos; nuestras acciones determinan lo que somos, y por lo tanto nos definen. Si doy cariño, recibo cariño, y, a la vez me defino yo misma/o como una persona cariñosa, y si el otro me reconfirma como persona cariñosa, más a mi favor. Según la logoterapia, la dimensión espiritual implica la chispa divina que llega a nosotros y nos es esencial en la toma de una decisión más consciente. Víctor Frankl le llama presencia ignorada de Dios. De aquí que Frankl la ubique en y la conceptualice como dimensión espiritual; dimensión en donde tomamos nuestras decisiones y responsabilidades de nuestra vida: elegimos, nos responsabilizamos y decidimos si nos oponemos a nosotros mismos, a nuestros condicionamien-tos, a nuestra comodidad. Es en esta dimensión en donde tomamos la decisión de elegir la clase de persona que deseamos llegar a ser. Como bien manifiestan los existencialistas, nacemos personas y nos convertimos en personas. Víctor Frankl agregaría: “de acuerdo a la capacidad de oposición del espíritu individual”.
Frankl expresaba con frecuencia el siguiente ejemplo para ilustrar lo anterior: un par de hermanos gemelos tuvieron un padre abogado alcohólico. De ellos, uno llegó a ser un destacado abogado abstemio y su hermano gemelo un muchacho alcohólico y sin profesión alguna. A cada uno lo entrevistaron por separado y le preguntaron el por qué de su camino, de su presente. El abogado exitoso y abstemio dio la explicación de que para él era imposible tener gusto por la bebida, después de ver, crecer y sufrir tanto con un padre alcohólico. ¿Cómo iba a elegir eso? Cuando a su hermano le preguntaron lo mismo, del por qué de su elección de llevar esta vida de alcoholismo, él contestó: ¿cómo podía yo ser otra cosa, si fue lo único que aprendí; crecí viendo eso como la única manera de vivir?
CHISPA DIVINA
Con este ejemplo, vemos que personas con historia tan parecida, con vivencias idénticas deciden ser el tipo de persona que eligen ser, porque elegir implica renunciar a algo. Y es la chispa divina la que nos da luz de nuestras opciones, alternativas, caminos a seguir. Con chispa divina nos referimos, de acuerdo a la escuela de psicología humanista, a la dimensión en donde tomamos nuestras decisiones, conocida también como la dimensión espiritual. Ahí se da el binomio decisión-responsabilidad, responsabilidad-decisión. Otra definición dentro de la corriente humanista manifiesta que espiritualidad es sinónimo de humanidad, en propias palabras del semiólogo italiano Humberto Eco. Como vemos, ambas definiciones no tienen nada que ver con religión -religare- con estar unidos a Dios; tienen que ver ambas con hacer algo por un tercero o por nosotros mismos, Dios no nos ata a él, no nos pide nada para él, nos deja en total libertad para actuar y, por consecuencia, ser.
EL SER HUMANO, ESPIRITUAL POR NATURALEZA
La logoterapia –que es una rama de la psicología humanista- dice que los seres humanos somos tan espirituales, que tenemos una fuerte necesidad de creer en alguien supremo o superior a nosotros mismos. Cuando vemos el milagro de un amanecer, la inmensidad del mar, de la montaña, el milagro de una nueva vida, sabemos que hay de alguna manera un ser supremo o una presencia todopoderosa, artífice de cuanto nos rodea. En pocas palabras, el ser humano es de naturaleza tridimensional. Más allá del cuerpo y la mente está el alma; por eso, si no creyéramos en un Dios, nos lo inventaríamos, y requerimos de esa presencia suprema divina para nutrir nuestra alma. Nuestra conciencia es nuestro órgano de sentido, es nuestra sabiduría interior, es nuestra parte individual más sabia. Nuestra conciencia sabe de nuestra historia, de nuestras vivencias, de nuestras debilidades, de nuestras fortalezas, de nuestros sueños, de nuestros deseos; nos conoce muy bien. Por otro lado, para quienes creemos que existe Dios nos es más fácil aceptar y creer en la sabiduría mística, que no es más que la presencia ignorada de Dios en nuestra vida. Tengamos la creencia que tengamos o pertenezcamos a la religión que sea, sí podemos estar en silencio, para estar en contacto con nosotros mismos, y podernos escucharnos, mantener un diálogo interno cuando se nos presenta cualquier situación límite, una crisis existencial, una decisión importante. Saber y estar conscientes de que está en nosotros escuchar nuestra conciencia o acallarla; decidir si queremos estar en contacto con nuestra sabiduría mística o no.
INCONSCIENCIA ESPIRITUAL
Por otra parte, la inconsciencia, satanizada antaño por Freud, porque argumentaba que el inconsciente guarda todos nuestros deseos reprimidos, ha sido reivindicada por la escuela de la Logoterapia, que la llama inconsciente espiritual. Quienes apelan al inconsciente espiritual son los que escuchan sus voces internas, como bien podrían ser todos los creativos: un poeta, un pintor, una persona noble, que dirige bien sus actos. Desde el Humanismo, la creatividad está en el inconsciente. La parte más sabia nuestra es nuestra conciencia, una voz interior, según Frankl. Esa instancia es la conciencia perso-nal del sujeto; es decir, su órgano de sentido, su voz interior, su compás ético, o como quiera cada uno denominar esa misteriosa necesidad; el hombre, ya sea en su peor bajeza, o en su grandeza más elevada, sabe más de lo que puede saber intelectualmente e intuitivamente, presiente lo que el regalo de vivir le reclama o lo que la vida le pide a cada momento. (Lukas, Elisabeth. Paz vital, plenitud y placer de vivir: los valores de la logoterapia Ed. Paidós 3era Edición , Barcelona, España, 2001) .
Ingeniera Claudia Ordaz
Catedrática del Departamento de Comunicación / ITESM

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