El poder del pensamiento negativo

Por BARBARA EHRENREICH
Publicado el 23 de Septiembre de 2008

La AVARICIA — y su taimada hermana, la especulación — son los culpables designados para la crisis financiera. Pero hay otro hábito mental muy admirado que debería asumir su parte de la culpa: el ilusorio optimismo del pensamiento positivo convencional y típicamente Americano.

Como publicitados por Oprah Winfrey montones de pastores de mega iglesias y un flujo sin fin de best sellers, de autoayuda, la idea es creer firmemente que usted obtendrá lo que quiera, no sólo porque eso lo haga sentirse mejor sino porque "visualizar" algo — ardientemente y con concentración — realmente hace que suceda. Usted será capaz de pagar esa hipoteca con tasa ajustable oen el otro extremo de la transacción, convertir miles de malas hipotecas en giga-beneficios solamente creyendo que usted puede.

El Pensamiento Positivo es endémico en la cultura Americana — desde programas de pérdida de peso hasta grupos para combatir el cáncer — y en las últimas dos décadas ha hundido sus profundas raíces también en el mundo de las corporaciones. Todo el mundo sabe que uno no puede obtener un trabajo que pague más de $15 por hora a menos que uno sea una "persona positiva" y nadie se vuelve un jefe ejecutivo emitiendo alarmas de posibles desastres.

Los librotes en las secciones de negocios de las librerías de los aeropuertos advierten contra la "negatividad" y aconsejan al lector que sea en todo momento positivo, optimista, lanzándose con confianza. Es un mensaje que las companías refuerzan implacablemente — tratando a sus empleados de cuello blanco con oradores motivacionales, maníacos y eventos motivacionales que parecen religiosos mientras mandan a los tipos top afuera a lugares exóticos para que les den manija los émulos de Tony Robbins y otros exitosos gurus. Aquellos que no consigan obtener los beneficios del programa podrían recibir un "entrenamiento" personal o ser despedidos.

El antes sobrio sector financiero no fue inmune. En sus sitios de internetlos oradores motivacionales orgullosamente listan a companías como Lehman Brothers y Merrill Lynch entre sus clientes.Es más para los que están en la cumbre de la jerarquía corporativa, todo este pensamiento positivo no les debe haber parecido ilusorio para nada. Con el ascenso en los sueldos de los ejecutivos los jefes podían tener casi cualquier cosa que desea, ransolamente expresando sus deseos. Nadie fue preparado psicológicamente para los tiempos duros cuando llegaran porque de acuerdo con los dogmas del pensamiento positivo aún con pensar en un problema hacemos que aparezca.

Los Americanos no comenzaron siendo ilusos optimistas. El ethos originalal menos de los pioneros blancos protestantes y sus descendientesfue un austero Calvinismo que prometía abundancia solamente a través del trabajo duro y el ahorro e inclusive entonces no se les aseguraba nada. Usted podría trabajar duro y aún así fracasar usted ciertamente no irá a ninguna parte modificando su actitud o "visualizando" el éxito oníricamente.

Los Calvinistas pensaban "negativamente" como podríamos decir hoy cargando un peso de culpa y presagios que a veces quebraban sus espíritus. Fue en respuesta a esta bronca actitud que el pensamiento positivo apareció — entre los místicos, curanderos y trascendentalistas — en el siglo diecinueve con su populista mensaje de que DIOSo el universo está realmente de su ladoque usted puede realmente tener todo lo que quiera si el deseo se focaliza lo suficiente.

Cuando se aplica a la manera de pensar"negativo" no es la única alternativa a "positivo." Como lo demuestran las historias clinicas de depresivos, el pesimismo consistente puede ser tan carente de base e ilusorio como su opuesto. La alternativa a ambos es el realismo — viendo los riesgos teniendo el coraje de soportar las malas noticias y estando preparado tanto para el hambre como para la abundancia. Nosotros deberíamos intentarlo.

Barbara Ehrenreich es la autora más recientemente de "This Land Is Their Land: Reports From a Divided Nation."

Una versión de este artículo apareció impreso el 24 de septiembre de 2008 en la página A27 de la edición del New York Times.

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